lunes, 21 de abril de 2008

El carpintero de la montaña



Enclavado en medio de montañas, se encuentra un pintoresco
pueblo venezolano, al que llegamos luego de recorrer una carretera
bordeada de una exuberante vegetación, coronar un páramo que
nos obligó a buscar abrigo y detenernos para saborear una humeante taza de café, para luego continuar el recorrido ya entrados en un poco de calor.

Allí en ese pueblo desconocido por muchos se encuentra un lugar llamado El carpintero de la Montaña. Es un tranquilo recinto que tiene como marco
un hermoso paisaje de la zona rural, con árboles y flores ,un arroyo de agua
cristalina y pájaros que alegran con su dulce trinar. Aquí viven ancianos que se han quedado sin familia.

Pero en ese remanso de paz, esos ancianos han encontrado tanto amor
que hablar con ellos es contagiarse de ese entusiasmo que ellos transmiten.
Es encomiable la labor de las personas encargadas de esa institución.
Hay una entrega total para que los ancianos vivan con serenidad y dignidad
esta etapa de su vida, para que sean más llevaderos sus achaques y más fácil
su recorrido.

Algo digno de resaltar es el interés para que cada uno desempeñe el trabajo
que siempre le gustó, algunos con sus limitaciones pero felices de hacerlo y
de sentirse útiles hasta el atardecer de su vida.

Un anciano nos mostraba orgulloso la siembra realizada por él.
Una señora de acento extranjero y de amable sonrisa
nos dijo que escribía sus memorias, dado que escribir había sido su sueño.

Después de compartir e intercambiar ideas con esos seres maravillosos,
emprendimos el regreso con esa hermosa sensación que da el saber que
aún en medio de la pérdida de valores, hay personas
que reconocen que la presencia de los ancianos en nuestro mundo actual
es una riqueza, porque ellos son poseedores de un legado de conocimientos
y dieron forma a nuevas generaciones, la mayoría de las cuales ha perdido la
noción del valor que tienen los ancianos como pilar familiar y que por consiguiente
deben de ser tratados con el mayor respeto a su dignidad humana.
Nelly Guerrero