viernes, 16 de mayo de 2008

Artistas anónimos



Camino con soltura por las calles de mi ciudad, haciendo agenda mental sobre los asuntos del día. De momento y arrasante, me topo con un gran muro pintado hasta el borde de cada una de sus cuatro esquinas. Grafiti le llaman algunos, vandalismo otros, arte los que sin ser expertos, podemos reconocer una manifestación así, aún sin distinguir si fue hecho con pintura en aerosol o aerógrafo. Pero ahí estaba ese perfecto rostro de mujer, equilibrando las proporciones en tan inmensa pared. Firmado con algún garabato que para nosotros sigue siendo como anónimo, pero que entre grupos de grafiteros, es la marca territorial, el distintivo que los reconoce entre unos y otros.


Entonces abro un espacio forzado en mi calendario y decido por una hora de este día, regalarme la oportunidad de volverme turista, pero no para admirar la arquitectura de los edificios históricos, sino para ir en busca de esas muestras artísticas que se nos hacen cotidianas y por lo mismo dejamos de notarlas.


Ya tuve mi primer encuentro con ese muro lleno de color y con el rostro de mujer tan expresivo. Ahora solo debo dejarme guiar y caminar hasta donde el sonido de una armónica me atrae. Sí, aquí está ese hombre sin vista que sostiene con una mano el sombrero que recibe las monedas que la gente deja por caridad y no por admiración. En la otra mano y pegada a los labios, tiene esa vieja y ensalivada armónica que hace sonar y no sé cómo ni por dónde puede conseguir que se escuche una melodía con forma. Notas que viajan por el aire y entran en depende qué oídos que sepan escucharlas.

Más adelante y atraída por los colores en la ropa de los indígenas purépechas, me acerco a ellos y observo las morenas manos del hombre de esa familia de cuatro. Teje con rapidez una preciosa cesta y usa como taller artesanal la misma calle, una manta de donde toma las ramas que entrelaza hábilmente para hacer canastas de diversas formas. A su lado, tendido en la dureza del piso, su pequeño hijo de meses de edad, que duerme aún sin saber lo que es una injusticia. Pegadas a ellos, una niña que ayuda a su madre y que hereda la habilidad manual del padre cortando pencas de nopal crudo en tiras o cuadros, para que llenando bolsas plásticas, puedan venderse a precios que nunca desquitan haberse espinado algo las manos.


Me dí permiso de una hora y se me acaba el tiempo, así que atravieso la plaza solo para saber si encuentro a los diseñadores de joyas. Pero no aquellos famosos y millonarios por vender su nombre y firma en locales con aparadores luminosos, sino a estos que con trozos de hilaza, herramientas casi rústicas y piedras semi preciosas, diseñan, elaboran y venden collares, pulseras, aretes en combinaciones de cuarzo, jade, piel y plata. No saben de modas ni tendencias, pero son más hermosos y originales que en las grandes tiendas.

Y así, se me acaba el tiempo. Descubrí hoy a algunos anónimos artistas, regalando talento o siendo remunerados con poca justicia. No son pintores, músicos ni diseñadores reconocidos y su firma no vale a menos que se estampe en un pagaré, pero usan su alma y manos para aportar algo a esta sociedad que no los nota, mientras ellos aún tienen fe y bajo sustento.

Tere García Ahued.