lunes, 14 de julio de 2008



Es mi amigo desde hace muchos años. Cuando nos vemos y hablamos, que suele ser con frecuencia, lo hacemos poco o mucho tiempo pero siempre con intensidad. Como si nuestra amistad viniera de hace tiempo y la confianza fuera grande y mutua.

Pasando canales en la tele le he visto en la tertulia de un canal televisivo. Y, haciendo solamente dos días que no le veía, me he quedado sorprendido. Su cara, su rostro presentaba más arrugas. La madurez ha ido tomando fuerza en su cuerpo y se le nota que ya no es el joven treinta y tantos que teníamos cuando nos conocimos. Y uno se dice “mira como ha envejecido mi amigo”.
No se da cuenta uno cuando se mira en el espejo todos los días, o cuando se ve reflejado en el escaparate de cualquier comercio por donde pasas andando. Aunque hace pocos días me vi en una foto con un grupo de alumnos de Bachillerato, y me dije “¡qué viejo me he puesto”!.

Y es que la vida pasa corriendo por uno. Casi sin darnos cuenta. Y cuando nos hacemos conscientes de ello como que nos sorprendemos. Lo cual también es bueno: sorprendernos de lo que hemos vivido.