lunes, 6 de octubre de 2008

Jardín sobre el techo




En Puente López, en la vía entre Pamplona y Chitagá, a la vera derecha de la carretera si se va hacia el pueblo de los lácteos y los cultivos de durazno, hay una casa que bien podría formar parte de un cuento fantástico.

Dos plantas, pequeñas como toda ella, pero con una extraña evidencia que fue habitada en algún tiempo de su historia.

Dos puertas. Ambas clausuradas con candado. Paredes de tapia pisada. Y la huella persistente de la encalada de algún diciembre.

El abandono le trajo una suerte de olvido florecido en un bosquecito tupido de pequeña planta silvestre de flores encarnadas que allí en esa altura privilegiada del paisaje compiten con el musgo y los vestigios de tierra acumulada en los meses de sequía.

Habitar en ella sería vivir bajo un jardín cuyas raíces deambulan como fantasmas buscando el alimento en la pesadumbre de los seres que se arriesgaran a la experiencia de esa vida subterránea. Días en el subsuelo del viento, porque el que fue escaso en su tránsito en agosto cuenta con esas posibilidades de exploración.

A la memoria me llega un verso de algún
poema de mi primera producción: “La casa de nadie está abandonada y en ella habito”