viernes, 26 de diciembre de 2008

Galas de Navidad



Algunos ya se conocían de varios años. Otros de un año para otro. Vivían en una casa oscura, sin luces, donde antaño vivieron un par de botas. Allí no tenían calendarios ni relojes, y el tiempo pasaba sin huella, invisible, inasequible a la impaciencia. En aquélla casa a veces hacía frío, otras calor y nunca llovía ni salía el sol ni nacía la luna, sólo se sentía el clima de la conversación. Unos hablaban con otros, las otras con las unas, las unas con los otros y, así, surgieron amores para siempre y odios para nunca.

Aquél lugar era tierra de bolas doradas y platas de bola, guirnaldas dulces y saladas, muñecos de nieve, san nicolases de chocolate, figuras de escayola, estrellas nevadas, ángeles blanquiazules, campanas de belén y otras galas y garambainas .

Todo estaba quieto. Pero pronto se inquietó y todos empezaron a mezclarse. Algunos se vieron las caras por primera vez. El techó se movió y una luz que se filtraba por una ventana empañada de frío, les cegó a todos por un instante.

Un tacto extraño, pero caliente y feliz, unas manos de un ser viviente más grande que ellos, mucho más grande, los colgaba en un árbol verde y acogedor, recién limpio de polvo. Y después de un tiempo, todos volvieron a ver mundo, un mundo donde la gente comía mucha carne y pescado, mucho dulce y mucho salado.

Ellos veían oscuridad casi todo el tiempo, menos en esas fechas, en que todo era luz y todos los seres vivientes parecían haber sido felices siempre.

PEDRO PABLO DIAZ ESPADAS.-