jueves, 11 de diciembre de 2008

Palabras invisibles



Bajo mi mano quieta que sostiene la pluma, tengo una hoja blanca que por minutos no recibía letras. Es como si el torrente de pensamientos que fluían ligeros cuando estaba conmigo, hoy se secaron en la más triste de las despedidas.

Con cada amanecer, me fuerzo a reinventarme. Ni siquiera él sabe el vacío que ha dejado en mí. Intento ocupar y rellenar los espacios que sus palabras, miradas y besos hoy ausentes, me mantenían en constante viaje a las estrellas.

¿ Quién puede poner una mano en la cintura y con la derecha dar pase o decir adios?. Hay suficientes obstáculos que estorban en el camino recto que nos conducía a la felicidad y yo me niego a que estos nos hayan vencido. Aquí todavía están al rojo vivo los leños que aparentan ya no hay más fuego, pero que dentro de sí mismos conservan la chispa cálida que puede reavivar cualquier llama.

Sin embargo estoy dejando atrás la sobrevivencia, el aire a medias, las lágrimas de cada tarde cayendo sobre hojas para escribirle cartas. Toda la tristeza que se apoderó de mí, me obligaba a rechazar los estímulos sensoriales con que él se hacía presente en los instantes de mi vida.

Ya no están los motivos que influían en mi alegría, pero si es necesario me pondré un traje de explorador que me lleve a cualquier punto en la tierra. De norte a sur, del pico de la montaña al fondo del mar; de oriente a occidente, en algún lugar debo encontrar la paz interior que hoy me falta.

Llorar por un amor que todavía podría ser duele más que hacerlo por uno que ha muerto. Es no poder cerrar heridas ni círculos que te dejen partir a mejor puerto. Es la piedra en el zapato que no te permite caminar con ligereza, ¿ Y quién puede renunciar a la gloria cuando se ha coincidido con su alma gemela ?.

No resulta sencillo reconstruirse la vida cuando se ha tenido todo lo más grande y bello en el corazón, la mirada y los pensamientos. Es complicado entender que las palabras se deban empotrar en las paredes de la alcoba, que se vuelvan blancas, invisibles y tomen sabor a cal.

Tere García Ahued.