lunes, 23 de febrero de 2009

Adios, amigo



La vida es un largo, desnudo caminar, por las frías calles del mundo, frías como las calles de Noviembre, hinchadas de gentes que campan como barcas a la deriva a merced de una corriente de agua que, descontrolada, inventa los azares y los destinos.

Son las calles y sus nudos, sus edificios, sus esquinas, los hervideros donde se hacen los encuentros; sin ellas seríamos seres sin historia, sin cultura, seres sin el hábito del afecto, sin capacidad para crecer espiritualmente. Los encuentros, el llegar como por idea divina al mismo lugar, en la misma porción de tiempo, es el agua que riega las semillas de la amistad, y la hace crecer, hermosa, con el ir dejando los sentimientos, las penas y alegrías, en manos del otro, del encontrado, del amigo.

El triste desmadejar de los hilos de la vida, va dejando desnudas sus miserias, las ausencias, la muerte del encuentro cotidiano llega un día, y asoman a las calles del mundo -caminos compartidos durante años- los cristales afilados de la nostalgia. Entonces parece que uno está solo entre la inmensidad de la gente, parece que el alma se estrecha y, en sus aguas, sus aguas de ánima, se ahoga la esperanza inconsciente de encontrar al amigo que la vida se ha llevado de las calles, el encontrado, el depositario de tus pensamientos, sentimientos y otras informaciones que segregan las entrañas.

Al terminar el día, las hojas secas y anaranjadas de Noviembre van señalando mi paso cansado, y el horizonte anuncia viento para el día siguiente. Mientras camino, oigo las palabras del amigo que se ha ido en este triste Noviembre y alzo mi mano con lágrimas en los ojos, y en voz baja le digo, adiós amigo, en caminos divinos nos encontraremos y seguiremos hablando donde lo dejamos, con tantas cosas por decirnos que la eternidad abarcará, con sus largos brazos de abrigo, nuestras conversaciones, algún día.


PEDRO PABLO DIAZ ESPADAS