martes, 9 de octubre de 2012

Depresión


"Y bien, señora, cuéntenos como vivió usted la depresión de su hija.-Le dijo el presentador a Marta.
-Recuerdo que empezó a estar rara en sexto curso, en primaria. Comenzó muy bien, pero, cada día la veía diferente. Cada día que se acercaba al final, estaba más mal. Eso le duró... Hasta segundo de bachillerato. Es sexto estaba mal, deprimida, no hablaba casi con nadie, al no ser que le preguntaras algo. Y aún así te contestaba 'sí' o 'no'. No te contaba las cosas, no confiaba en ti. Pero era soportable. Luego, cuando comenzó secundaria, en primero, dejó de hablarnos. Ni a su padre, ni a su hermano, ni a mi. Cuando llegaba del colegio, se encerraba en su cuarto a llorar, y acto seguido se dormía. No cenaba. A penas comía. En el instituto era como una sombra, no hacía nada, y los profesores temían que, si le preguntaban algo que ella no quisiera oír, se enfadara. Ellos eran conscientes de lo que le pasaba, y un día me llamaron. Me preguntaron que qué le pasaba, pero yo estaba igual que ellos. No lo sabía. Nadie sabía nada. Ella no hablaba con nadie, se pasaba el día encerrada llorando, y rompiendo cosas. Cuando por fin se dormía, yo entraba en su cuarto, recogía todo y le daba un beso. Yo era consciente de lo mal que estaba, había adelgazado ocho quilos en un año, y parecía vulnerable. Aunque no lo era. Yo sabía que sus compañeros le tenían respeto, incluso miedo. Y, si alguien se acercaba a pegarle o cualquier cosa, ella no se quedaría de brazos cruzados. Por un lado estaba tranquila, nadie podía hacerle nada. Pero por otro no. Pasaron los años, y ella no mejoraba. La mandé al psicólogo, en fin, no podía empeorar más. Acabó secundaria, y a penas pesaba 35 quilos. Seguía sin comer, nunca tenía hambre, ni sueño, nada. Constantemente le dolía la cabeza, y a mi no me comentaba nada. 
El el psicólogo no mejoró. Acabó rompiéndole la mitad de la consulta, y al psiquiatra también. Le recetó muchas cosas, pero ella no se las tomaba. Al final decidimos hacerle un regalo, muy especial. 
Esperamos a que llegase el viernes, y ella salió del instituto. Iba a comenzar bachillerato dentro de unas pocas semanas, y ya no sabíamos que hacer. Pero se me ocurrió una gran idea. Su padre y yo preguntamos al profesor donde se sentaba, y él nos lo dijo encantado, con esperanza de que pudiera mejorar. La sorpresa parecía tonta, pero no lo era. Fuimos a su pupitre, un pupitre de color negro, como su pelo recientemente teñido, y tenía manchas rojas, comos si fuese sangre, igual que su pelo, con mechas. Suspiré, y comenzamos a decorar. Le pusimos en grande el nombre de su colegio de primaria, rodeado de los nombres de sus antiguas compañeras. Cuando llegó allí el lunes se sorprendió mucho. Le gustaba su pupitre. Pero pasó algo inesperado para ella. En dos días, el pupitre ya no estaba, su profesor y yo se lo habíamos quitado. El profesor fingió que no sabía nada, que quizá lo habían quitado las señoras que limpian. Se quedó muy decepcionada. Y, al cabo de otros dos días, el pupitre volvió. Entonces, ella lo comprendió todo. Comprendió, que todo lo que se va, algún día vuelve..."