jueves, 29 de agosto de 2013

Valiente no, fuerte sí

No tenía miedo a admitirlo. No era para nada valiente. Ella era la típica chica a la que le dan miedo las montañas rusas, se marea con facilidad, no quiere ir a ningún sitio sola, y huye de la gente desconocida. Era tímida y fría, pero aún así, le gustaba su forma de ser. No era valiente, pero sí que era fuerte. Era muy fuerte. Se encaraba a la vida de una forma heroica. No tenía miedo a lo que pasara. Quizá era la única cosa de la que no tenía miedo. Lo que más le aterraba era la muerte. Y lo que menos la vida. Ella siempre decía que tenía el corazón guardado en otro corazón, y que el que importaba era el de dentro. Que el de fuera tan sólo era una armadura para proteger al bueno. Aún así, la armadura ya estaba destrozada. Apenas quedaban pedazos. Y al final, el corazón que desempeñaba la función de armadura se rompió. Se rompió por la mitad, y se abrió como una puerta. Y quedó al descubierto su frágil corazón. Su frágil corazón que no aguantaría mucho la vida. Y, a partir de ese día, empezó a tener miedo a la vida y le quitó importancia a la muerte. Porque la muerte cuando llega es irremediable, pero la vida sigue, contigo o sin ti.