viernes, 23 de mayo de 2008

Recordando cosas del 68



Recordando anoche el recital de Raimon hace cuarenta años a uno le vienen a la memoria infinidad de cosas. Había una dictadura, las reuniones no eran libres, tampoco las manifestaciones, los grises corrían detrás del que protestaba, los sindicatos no oficiales tenían que esconderse, casi todo lo que podía resultar bonito a los sueños de los jóvenes de entonces era clandestino y había que realizarlo jugando al escondite. De hecho aquel recital terminó con la paranoia de una invasión policial.

En medio de ello uno se acuerda de revistas como Triunfo o El Ciervo, o de filósofos como Aranguren que intentaban poner otra voz y apuntar a otras reflexiones. Bien que se portó el decano de la universidad haciéndose el tonto con el festival famoso, pero también mucha gente de aquella época ya se reunía a escondidas y los carteles con las imágenes del Che adornaban las paredes del interior de muchas habitaciones. Era como un símbolo de que algo nuevo se necesitaba no solo en la sociedad sino también en la iglesia donde se iba fraguando movimientos de base impulsados por el abrir las ventanas del Papa Juan para que el viento se llevara el polvo acumulado.

Fue también el tiempo de movimientos maoístas y ácratas. Recuerda uno con cara de asombro personas conocidas y famosas posteriormente en la sociedad democrática que militaban en los mismos. Ya se habían producido también atentados de Eta en el País Vasco. Algo bullía en la sociedad que pedía un cambio social, cultural y político. Las cosas van surgiendo poco a poco, y de abajo arriba. Todo pareció quedar paralizado no solo en España sino en el resto de Europa, pero una semilla había sido sembrada. Recitales de Paco Ibáñez, acciones simbólicas que se gestaban en los colegios mayores de entonces como si dieran espacio a una universidad más cercana a la sociedad. Profesores expulsados de la Universidad como el querido Aranguren fueron hitos de que lo imposible en algún momento podía tornarse posible. Aunque gente, como Fraga, intentaran justificar la necesidad de una prevención con aquellos llamados estados de excepción que ya para conocerles hay que ir a los libros de historia, si bien se daba cuenta que no podía parar la incandescencia que comenzaba a encenderse. Hubo también otras Pragas entre nosotros, aunque nada cortó el sueño de que no se podía enterrar del todo al 68 y que hizo que los movimientos de izquierda no durmieran en el sueño de los justos, pues aunque no se les viera, seguían con las suyas. Luego ya vino la Transición, los consensos, el limar puntos de vista, el quitar aristas, y lograr un engranaje donde todos cupiésemos.

Más allá de todo ello hay un espíritu, el espíritu del 68, que nunca debemos enterrar en ninguno de los ámbitos donde actuamos: sociales, políticos, culturales, religiosos, filosóficos. Siempre lo vamos a asociar al espíritu del cambio y de la renovación, en cuya dirección siempre vamos a estar llamados a movernos, y necesitados de hacerlo. Pararse no es bueno.