jueves, 21 de agosto de 2008

Lluvia mojando escuelas





Han comenzado ya las clases. Esta mañana nos hemos preparado mi hijo y yo para ello. Su primer día en una ciudad y colegio nuevos. Le tomé foto del recuerdo con el uniforme azul marino, rojo y blanco. Elegante, bien peinado, perfumado y con su mochila en los hombros. Sonriente, seguro y regalándome la certeza de que en este cambio de vida estamos haciendo las cosas bien.

Abrimos la puerta de casa y un cielo de nubes de lluvia espesas dejaban caer sus primeras gotas. Durante el camino y notando que aumentaba la precipitación de agua, sentí ganas de llorar que contuve, para no alterar la emoción de mi niño que iba natural a su primer día de escuela como si ya todo aquí lo conociera.

Conversamos sobre la buena suerte de que lloviera y él me dijo que le gustaba porque con el agua se van las cosas que están mal. Me quedé pensante por buen tramo, sin lograr entender del todo el por qué de ese comentario. Llegamos, le despedí con un beso y de vuelta a casa dejé que mi sentimiento fluyera por todo lo que minutos antes contuve. Repetí su frase célebre y me dije que es verdad, que la lluvia, la vida te dan oportunidades para que se vayan las cosas que estaban mal.

Supongo que su mente pre-adolescente se refería a que la lluvia calma la sed de la tierra, lava los edificios, casas y calles, o a esa manera que tiene el cielo de refrescar, hidratar y limpiar lo que toca. Me gustó su concepto y pensé que era reflejo de su estado personal, pues lejos de protestar porque tal vez no podrá jugar futbol en su tiempo de descanso al estar mojado el césped, ha tenido esa visión positiva y energética para un comienzo nuevo y total para él.

Noté otro ritmo en el tráfico, no solo por el evento de la vuelta a clases, sino porque cientos de almas se dirigían a sus destinos y pensé en los diversos universos circulando al trabajo, a la escuela, a casa, cuestionando el sentir de cada uno con respecto a la lluvia, afectando o no su momento en este día que despertó sin sol.

Me sentí afortunada por tantas oportunidades que estamos tomando para ser felices. También es cierto que nos ha cambiado la actitud. Esto hace que al menos yo pueda sentir a la gente que voy conociendo de otra manera. Puede ser y no lo dudo que las personas sean distintas en esta ciudad, pues ante la sonrisa de los profesores dando la bienvenida y la mano agitada saludándome de una profesora a la que he visto escasas dos veces, me he sentido cobijada en un momento en que más que mi hijo, necesitaba yo esa calidez y certeza.

Ahora sigue lloviendo mientras escribo y tengo el corazón inundado de alegrías. Estoy agradecida a Dios por cada cosa que nos ocurre desde este lado de la moneda, apostando a ser dichosos y consiguiéndolo cada día mejor. Actitud positiva que hoy se viste buena suerte alentada por un día de lluvia.

Tere García Ahued.