sábado, 16 de agosto de 2008

Verano con sabor a mar





Ven, sigamos escuchando el romper de las olas, las campanas de la iglesia en aquel risco reflejando al sol que se oculta en sus encaladas paredes que resisten los años.

Todavía este día tiene mucho que ofrecernos y no hemos de desperdiciar el canto de las aves que se disponen a dormir. Esperemos que la espuma de las olas deje de ser anaranjada y que la luna impaciente nos sorprenda al convertirla en plata.

Quiero que el agua nos suba por las rodillas y que como niños nos dejemos tumbar, que nos quede aroma y sabor a algas, a sal marina impregnada en la piel.

El tiempo corre aprisa, pero esta playa nos es cómplice del alma de niños que vertimos en cada ola que toca la arena y nuestros pies, dejando en el pasado de tres décadas, esos castillos bien plantados que amanecían casi intactos cada día, como si ningún elemento natural desvaneciese nuestros sueños infantiles.

Esta tarde construímos nuevos y mejores castillos con la fuerza del amor maduro entre dorados y platas, entre sol y luna, entre cabellos de juventud que van perdiendo su color, pero que se impregnan de océano, porque hemos de llevarnos al partir, la esencia de este momento, prolongando hasta nuestra mesa en la terraza, cuando la luz de una cálida vela, dé nuevamente color a nuestras miradas que todavía se encuentran y reconocen más que por costumbre, por alimentarnos las esperanzas.

Nos toca contemplar la noche y esperar de nueva cuenta al día. Volveremos a la playa y escribiremos una página más de nuestra historia. La vida diaria se ha quedado bajo llave y es momento de explorar los sentidos, dejarlos danzar cada tarde de nuestro verano con el descanso que nos merecemos.

Tere García Ahued.